Por Yorlennis Vega Molina

“Buenas tardes, ¿consiguió todo lo que buscaba?”. Así comienza mi jornada atendiendo a los clientes que se asoman por el supermercado en tiempos de COVID-19. En ocasiones, acostumbrada ante el poco valor que muchos dan al trabajo de una cajera.

El COVID-19 ha causado un caos en la ciudadanía que se acrecentó cuando la gobernadora de Puerto Rico, Wanda Vázquez Garced, declaró toque de queda. Muchos fueron conscientes y compraron lo necesario para abastecer sus necesidades previo a la cuarentena. Otros no han comprendido la magnitud y el riesgo que corren al salir de sus casas.

Hace tres meses trabajo en un supermercado en Utuado. Nunca había visto a tantas personas esperar en fila. El ajetreo por conseguir enlatados, guantes, alcohol y hand sanitizer alargó las filas para entrar. No exagero si menciono que recordé el huracán María al ver esa escena.

Cuando la Universidad de Puerto Rico (UPR) anunció la cancelación de sus cursos presenciales del 16 al 23 de marzo decidí notificar a mis gerentes que iba a tener la semana libre. De siete días, trabajé seis. En el supermercado necesitaban el doble de los empleados que trabajan, por lo regular, para atender la gran cantidad de clientes que llegaban.

El protocolo para protegernos del nuevo coronavirus ha sido utilizar guantes, no tocarse la cara y lavarse las manos con frecuencia. Cuando los clientes llegan a la caja registradora se evita el contacto físico y se mantiene un límite en la cantidad de clientes que acceden a las instalaciones. Incluso, desde hace poco, a todo cliente y empleado que desee entrar se le toma la temperatura.

Al salir del turno y llegar a mi casa, no toco nada y camino directo al baño para no llevar bacterias a mi hogar y contagiar a mis familiares.

Sin embargo, he notado que muchos clientes no cumplen con las debidas precauciones. El lunes pasado un señor, de unos 50 años, no quería tocar mis manos al entregarme su dinero al verme con guantes puestos. Él me dijo: “no se sabe lo que puedas tener”. Claramente respeté su decisión porque es mi deber como cajera. No obstante, el señor hizo toda su compra, tomó los artículos de su preferencia, sacó el dinero del bolsillo y todo lo demás sin guantes. 

Otra cosa que sucede últimamente es que hay ciudadanos que, a pesar de que tienen suficiente compra en sus hogares, compran dos o tres cositas al día solo para darse la vuelta al siguiente. No sé si no han comprendido que, además de exponerse ellos, nos exponen a los empleados. Muchas personas han comenzado a visualizar  los supermercados como el lugar perfecto para escaparse de sus casas por unas horas.

La mayoría de los clientes son atentos mientras los atiendo y siempre agradecen al irse, pero siempre existen los que no valoran tu trabajo. Ahora, por el COVID-19, muchos han comprendido que nos encontramos expuestos a tantas bacterias mientras realizamos nuestra labor que, al despedirse, dicen: “te cuidas, lávate las manos”. 

Cada vez que pienso en el estado en el que nos encontramos imagino las diferentes situaciones que viven mis compañeros de trabajo al igual que yo. A pesar de los riesgos que se corren al ser cajera en estos, al conversar con mis clientes, noto que ahora valoran más mi trabajo y el de muchas cajeras en Puerto Rico.

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