por Julio Armando González López

Es un secreto a voces que nuestro sistema económico ha fracasado. Hemos estado moviéndonos, produciendo y consumiendo como si no hubiese mañana. Como si nuestros recursos naturales fuesen infinitos y las vidas de otros seres humanos desechables. Hemos explotado la tierra al destruir sus recursos naturales, desbalancearla y despojarla de sus recursos más preciados. 

Pero, los recursos naturales de los que depende nuestro sistema económico tienen su límite. Esa falta de consciencia y de no respetar los límites se manifiesta de diferentes maneras.

La vida de la tierra, de sus sistemas y de sus especies más vulnerables –al igual que la humana— se encuentra en peligro. Por tal razón, es imperativo cambiar nuestras definiciones y paradigmas sobre el medioambiente. Debemos dar paso a una economía más humana, más solidaria y más ecológica.

La economía basada en una visión mecánica se ha idolatrado al tratar al medioambiente y al ser humano como máquinas que pueden utilizarse y descartarse una vez no funcionen más. Para muchos, la economía es una ciencia infalible.

Nuestro país ha sido dirigido por figuras que no parecen entender estas realidades cuando Puerto Rico es uno de los países con mayor desigualdad económica. La mitad de nuestra población vive bajo condiciones de pobreza. Enfrentamos problemas ambientales graves que amenazan la salud, así como la seguridad de nuestras comunidades más vulnerables.

Algunos estudiosos como Manfred Max Neef y Philip Bartlett Smith afirman que la economía no es una ciencia. Es más bien, una disciplina cuya función es construir modelos matemáticos con la intención de interpretar y representar los procesos del mundo en el que vivimos.

Ambos afirman que, si la economía fuese verdaderamente una ciencia, los economistas actuarían como científicos y aceptarían cuando una teoría o modelo no funciona. Si fuese así, podrían descartar cuando uno no funciona para buscar nuevas alternativas .

Esta nueva definición nos invita a reflexionar sobre ese modelo económico mecánico e inhumano que no funciona más. Nos invita a darle valor a la tierra y a todo lo que en ella convive. Sin el ambiente y sin el ser humano, no habría economía.

Las pequeñas acciones cuentan. Repensar qué productos comprar o vender, reducir la huella ecológica en nuestros comercios, resistir las prácticas irresponsables de manejo de desperdicios, son buenos ejemplos. Pero las grandes acciones también cuentan.

Si participamos de procesos sociales como la toma de decisiones y la creación de política pública que nos mueva a una nueva dirección, crearemos conciencia para tomar acciones con las que podamos construir una economía más humana, más solidaria y más ecológica.

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