Por Mónica Cappas
Cerradas. Así se encuentran las mezquitas Masjid Al Farooq y Al Madinah, en Vega Alta y en Hatillo, cada vez que intento encontrarlas abiertas. Miro cómo la escena se repite de lunes a jueves. Mi reacción es la misma: suspiro y retrocedo. Me pregunto qué haré cuando al fin entre a cualquiera de las dos. No sé –o al menos eso creo– cómo actuar ante una religión de la que no sé tanto. Desconozco cómo entrar, cómo saludar, cómo actuar. ¿Entro con los zapatos puestos o quitados? ¿Me cubro el pelo?
Es viernes, al mediodía, decido regresar a la mezquita en Vega Alta. Me dirijo en mi auto con los dedos cruzados, rogando que se encuentre abierta. Al llegar me topo con que lo está y que se encuentra en pleno periodo de oración. Una cúpula destaca desde el techo y puede ser vista desde la autopista José de Diego. La mezquita se encuentra protegida por un portón eléctrico que oculta un estacionamiento amplio.

Al entrar resaltan unas bocinas instaladas alrededor de la mezquita que amplifican las oraciones en árabe. La arquitectura del edificio se compone por dos niveles superiores. Si miras en detalle destacan dos líneas horizontales color blanco y azul royal en la fachada. No tan lejos, varias ventanas y puertas laterales; una escalera de cemento que brinda acceso al segundo nivel.
En el primer nivel ves una puerta con un letrero que dice “Entrada Mujeres”. Al abrirla te topas con un espejo, una estación para lavarse las manos y más escaleras. Al final de las escaleras hay una puerta, detrás de ellas se encuentra el área de oración de las mujeres. Es un espacio estrecho alfombrado con paredes color crema, tiene libreros, sillas y afiches con versos del Corán. En la pared ves un televisor que transmite la oración en árabe que se origina desde el área de oración de los hombres, la misma le da acceso a esta área.

El imán (o guía espiritual de la mezquita), Yunus Fasasi, es un hombre alto, de mirada amable y respetuosa que tiene unos 50 años. Es natal de Nigeria, pero es residente de Puerto Rico desde hace 5 años. Luego de finalizar la oración los miembros de la mezquita desalojan el área de rezo y se reúnen para merendar. Aprovecho para hablar con el imán. “En Puerto Rico, debemos estar agradecidos con Dios de que no tenemos lo que generalmente podemos llamar una imagen o impresión negativa hacia el Islam”, opinó.
El imán se encuentra sentado junto a mí en el área de oración de los hombres. Mientras miramos los autos pasar por la autopista José de Diego y el municipio de Vega Alta, conversamos. “En lugar de colocarnos un sello negativo, las personas [en Puerto Rico] tienden a hacernos preguntas y obtienen las aclaraciones que necesitan”.
En Puerto Rico hay cinco mezquitas principales que se encuentran ubicadas en Ponce, Hatillo y Vega Alta, dice el imán. En San Juan existen dos: una en Montehiedra y otra en Río Piedras.
Pero la cifra no es precisa. Múltiples fuentes electrónicas apuntan a que, a lo largo de la isla, la cantidad totaliza a diez cuando se suman varios templos de menor tamaño y reconocimiento que se encuentran localizadas en Moca, Yauco, Aibonito, Jayuya y Fajardo.
Es en Montehiedra en donde se encuentra la comunidad musulmana más numerosa. Según el artículo “¿Islam en Puerto Rico o Islam de Puerto Rico?” de Juan Caraballo Resto, casi dos tercios de la población musulmana se encuentra compuesta por inmigrantes palestinos radicados en Caguas, Vega Alta, Vega Baja, Dorado, Manatí y San Juan. Sin embargo, la comunidad no tan solo se compone por emigrantes, sino por puertorriqueños conversos al islam.

“Cuando nuevos musulmanes llegan al Islam, simplemente vamos paso a paso y le enseñamos la cultura. No tenemos muchos desafíos porque de la misma forma en la que aprendemos el Islam, enseñamos el Islam sin ningún tipo de prejuicio y sin despreciar a nadie, simplemente los sostenemos con extremo respeto”, cuenta el imán. “Somos de diferentes pieles, diferentes colores, diferentes tonos, pero aún somos hermanos”.
Debido a la diversidad de personas que practican el islam alrededor del mundo, El Corán se traduce a español, francés, italiano, portugués, entre otros, de manera cuidadosa para conservar su significado original. Por eso, el imán aclara que el idioma no es una barrera para los musulmanes conversos porque de un total de 6,666 versos solo tienen que aprenderse siete en árabe.
La curiosidad me sobresalta estando en el lugar. Le pregunto por qué en la religión cristiana los hombres y las mujeres oran en un mismo espacio, lo que contrasta con el islam.

Al orar los musulmanes practican varios movimientos. Algunos de estos movimientos involucran doblarse, exponiendo los glúteos. Este tipo de desplazamiento puede provocar una distracción a la hora de orar, explica el Imán. “La respuesta es porque así es exactamente como nos lo transmitió el profeta Mahoma (…) La lógica es que queremos que nuestros corazones se concentren en la oración, no que se distraigan”, menciona.
“Es para respetar a las mujeres”, enfatiza.
Las musulmanas cubren sus brazos, sus piernas, el tronco de su cuerpo, su cuello y a veces su rostro al vestirse: los estilos de vestimenta varían según la mujer y de la región de donde provienen, pero el más común es el Hijab. El Hijab es un pedazo de tela que se coloca horizontalmente sobre la cabeza. Se amarra de tal forma que cubre el cuello y termina su trayectoria en el pecho. Es una vestimenta opcional que permite a la mujer mantener su pureza y su integridad. El imán explica que las mujeres son vistas con gran respeto en el Islam. Se les valora por sus capacidades intelectuales, no como “objetos de exhibición”.

El islam se remonta al intercambio colonial entre España, Portugal y “El Nuevo Mundo”. El artículo “¿Islam en Puerto Rico o Islam de Puerto Rico?”, del antropólogo social y de la religión Islámica, Caraballo Resto, establece que los primeros musulmanes y musulmanas llegaron a la isla en el siglo XVI con exploradores de España y de Portugal. Familias acaudaladas musulmanas y cristianas –en su mayoría provenientes de Líbano– migraron durante el siglo XIX a Puerto Rico. La presencia de algunas de estas comunidades se esfumó por las conversiones forzosas al catolicismo. No obstante, el islam logró convertirse en la segunda religión monoteísta más practicada del continente americano debido a la manera en la que los esclavos la mantuvieron viva, a pesar de que se encontraba prohibida.
El antropólogo social y de la religión Islámica, Caraballo Resto, explica que las comunidades musulmanas en la isla “no son especies distintas al resto de los puertorriqueños y las puertorriqueñas”. Estas comunidades se encuentran insertadas en la sociedad boricua, conformadas por puertorriqueños conversos y migrantes árabes que aportan a la economía y a la educación como cualquier otro ciudadano o ciudadana. Es incluso la más grande en el Caribe con unas 3,500 miembros –según una columna de opinión del portavoz de la comunidad en Puerto Rico, Zaid Abdelrahim, para El Nuevo Día–.
Muchos emigraron a Puerto Rico en el siglo XX, en su mayoría hombres palestinos y jordanos que huían del conflicto palestino/israelí que se había desatado a principios de siglo, cuenta Carballo Resto. En contraste, los nuevos migrantes que se asentaron en esta ocasión no eran tan adinerados como los que habían emigrado durante la ola anterior. Es una migración circular en la que emigran del Medio Oriente al Caribe y del Caribe a Estados Unidos.
“Las poblaciones musulmanas árabes, en este tiempo, tienen ante sí un gran reto en muchas sociedades en las que se insertan a través de contextos migratorios”, reflexiona Caraballo Resto. “Uno de estos es que tienen que probarse ante la población que les recibe y les acoge, y probarse ante una serie de estereotipos que les demonizan; unos discursos populares sobre el islam y los musulmanes que les damnifican”.
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