Niños tapándose los oídos para protegerse del ruido generado por automóviles, camiones, maquinaria, altoparlantes, alarmas, aviones y muchos otros. Imagen generada por IA. Esta se encuentra acompañando al texto original.

Este ensayo se publicó originalmente en el libro “Ciertos Relatos Eco-Ilógicos: Una encrucijada humana” del Dr. Juan C. Puig.

Por: Juan C. Puig, Ph.D.

Los humanos, el nivel más alto de la evolución de la vida terrícola (o eso creemos), percibimos la realidad que nos rodea a través de cinco sentidos. Esto lo aprendimos
desde los primeros grados en la escuela. Los cinco sentidos básicos (¿hay más?) son la audición (y el balance) a través de los oídos, la vista a través de los ojos, el tacto a través de la piel (especialmente de los dedos de la mano), el gusto a través de la boca y la lengua y el olfato a través de la nariz. Esa capacidad de percibir el ambiente físico, aunque muy desarrollada es una limitada. Es decir, los humanos solo percibimos, procesamos y simplificamos en nuestro cerebro una parte de la realidad total. A manera de ejemplo, solo oímos algunas cosas que producen sonido, solo vemos algunas cosas que emiten ondas electromagnéticas (la luz visible), solo olemos algunos compuestos químicos que emiten aromas.

Como dato curioso se sabe que el primer sentido que se desarrolla en el feto dentro del vientre de una mujer es el sentido de la audición, la capacidad de oír. Cuanta sabiduría hay en las nanas y sus canciones de cuna. Esas que oímos antes de nacer y luego cuando nos mecían de bebés o que le tarareamos a nuestros hijos. El sonido se produce, eso que oímos, cuando una fuente emite ondas acústicas de forma sinusoidal. Esto en un medio como el aire en un rango de frecuencias que los humanos podemos percibir (entre 20 a 20,000 Hz o hercios, una unidad de medida de la frecuencia). Otros animales perciben otros rangos de frecuencia de esas vibraciones o cambios de presión, sean transmitidas por el aire o por agua y hasta por medios sólidos. Por ejemplo, los gatos distinguen sonidos entre 100 a 32,000 Hz, los perros entre 40 a 46,000 Hz y los ratones entre 70 a 150,000 Hz, lo que significa que oyen más que los humanos. Una vez se produce la onda sonora esta viaja por el aire hasta llegar al órgano que tiene el humano, el oído, para percibirla e interpretarla. El oído tiene el aparato receptor compuesto por una serie de pequeños órganos en serie, la oreja, canal auditivo externo, el tímpano, el martillo, el yunque, el estribo, la cóclea, y el nervio auditivo que conecta con el cerebro e interpreta lo oído. El sonido también se propaga una velocidad por el aire que depende de varios factores pero que está en el orden de 340 metros por segundo a una temperatura ambiente de 15 grados Centígrados. El sonido viaja más rápido en el agua, en el orden de 1,590 m/s y aún más rápido a través de un metal como el acero hasta 6,100 m/s. Por supuesto uno de los aparatos de emisión de sonido más sofisticados somos los humanos cuando ponemos a funcionar las cuerdas vocales que se encuentran en la cavidad buco-nasal. Tan sofisticada es esta habilidad humana que llegó a inventar la palabra, el lenguaje, la comunicación de las ideas abstractas, la acumulación de la información, con el peso de la nostalgia que da al hablar del pasado y la ansiedad que produce hablar del futuro. Los sonidos también tienen intensidad o magnitud de energía acústica. La unidad que se usa para medir la intensidad o magnitud del sonido son los decibeles (dB), en una escala logarítmica. Desde el umbral auditivo (0 dB), en la percepción mínima de lo que se puede oír, hasta el umbral del dolor (130 dB), puede existir daño físico y psíquico, así como encontrarse una inmensa variedad de sonidos naturales y agradables hasta sonidos (ruidos) artificiales y desagradables.

Me pregunto, ¿cuál será la diferencia entre el sonido natural y el sonido artificial? Aunque no tengo la respuesta a esta interrogante, sí se distinguir entre un sonido natural placentero y un sonido (ruido) artificial que produzca molestia o desagrado. En el sonido hay armonía en las ondas o vibraciones que se producen y una intensidad moderada, pero el ruido puede interpretarse como que estas vibraciones o frecuencias son irregulares, sin concordancia, de alta intensidad que producen un efecto desagradable o molestia en el receptor y hasta daño físico y emocional.

Pensé por un rato en algunos sonidos naturales que me parecen agradables y aquí van. La lluvia, las olas del mar, una brisa suave, un aguacero sobre un techo de zinc, el canto del coquí, el canto de los pájaros, como el del Ruiseñor, el San Pedrito, el Bien-te-veo y el Múcaro, la voz de alguien dando o pidiendo la bendición, un beso, la corriente de agua de un río, pies descalzos pisando la tierra, una gallina cacareando y un gallo cantando, una risa verdadera, un saludo con un ¡hola! y unos ¡buenos días!, un te quiero, el silencio de la noche (si todavía fuera así), el chasquido de una ola rompiendo en la orilla, pasos sobre un piso de madera, una canción de cuna (una nana), una voz melodiosa, los latidos del corazón, el primer aliento fuera del vientre materno, un silbido, un pico abriendo la tierra para sembrar, unos aplausos genuinos, el viento moviendo las hojas, instrumentos musicales tocados con sentimiento, un coro de ángeles, el balbuceo de un bebé aprendiendo a hablar, papá y mamá, el descorche de una botella de vino, el pasar de las páginas de un libro, el eco dentro de una cueva, una palmada en la espalda, el gemido del amor, el crujir del fuego de leña, un mantra, el aullido de un perro a lo lejos, el rebote de un balón, un ¡gracias!, una bandera ondeando, rayos y relámpagos (a veces), una cascada, el silencio al final del aguacero, un manantial, el rugido de un jaguar del amazonas, el aullido de un lobo estepario, alguien llorando (no estoy tan seguro), el pincel sobre un lienzo, el último soplo o aliento de quien deja la vida (nunca lo he oído, ¿será que oiré el mío?), los insectos nocturnos en un bosque, el galope de un caballo, decir sí, una fuente de agua, el riachuelo, el aleteo de las aves, y cuando se flota en el mar.

De igual forma me puse a pensar aquellos ruidos (sonido de alto nivel, quizás más de 70 dB) producidos principalmente por fuentes artificiales que al oírlos me generan malestar y que quisiera que no existieran. Para no enfrentar estos ruidos tuviera que haber vivido hace mil años en el pasado o quizás mucho antes. Pero en pleno siglo XXI son muchos los ruidos en los cuales estamos inmersos. El despertador en la mañana (confieso que tengo el recomendable hábito de no usar despertador, solo programo mi mente a la hora que quiero despertar), el lanzamiento de un cohete espacial, explosión de una bomba a atómica (espero que la humanidad no sufra el Armagedón nuclear), el despegue o aterrizaje de un avión, un martillo neumático, fuegos artificiales que se intensifican en la navidad boricua, un concierto de heavy metal o reggaetón, una bocina de un carro, una recortadora de grama o trimmer (o peor aún el blower que lo que hace es tirar las hojas de un lado para otro), el boceteo de los boricuas bestiales (bocinas de radio en la parte de atrás de los carros expuestos hacia afuera alterando la paz), los camiones con sus bocinas y motores de diésel, motores de carro alterados para que suenen más alto (otro invento de los boricuas bestiales), carros de carrera acelerando al máximo, las alarmas de los carros, las alarmas de fuego o de seguridad en casas y edificios (no tienen ningún efecto persuasivo), un taladro, palabras soeces (no son artificiales, son naturales, pero hieren la sensibilidad del alma), las sirenas de las ambulancias, de las carros patrullas de la policía o de los bomberos, un equipo de música a todo volumen (el del vecino), palabras insultantes (pueden ser como saetas que se clavan en el corazón), tinnitus (zumbido interno en el oído considerado como un problema de salud, sonido natural pero que puede ser causado por ruido artificial), unos alto parlantes anunciando alguna venta o actividad (anuncio al que nadie hace caso), una secadora de pelo, un televisor a alto volumen, disparos de pistolas, ametralladoras y cañones (hagamos el amor no la guerra), un helicóptero o una avioneta sobrevolando, una impresora, un generador eléctrico de gasolina o diésel (en vez de tener placas solares o un poco de paciencia en lo que regresa la electricidad), el almacenamiento de servidores de computadoras (la inteligencia artificial ya dijo presente), el tictac de un reloj (quizás no tanto), el timbre de los teléfonos inteligentes, un tractor, un acondicionador de aire, una chillada de gomas de carro, un choque entre automóviles, un discurso de campaña política trasmitido por bocinas gigantes, una batidora eléctrica, una lavadora y secadora de ropa, una corriente eléctrica, un compresor, una máquina de lavado de agua a presión, un envase de cristal rompiéndose cuando cae al piso, el choque de metales, un martillazo contra una superficie metálica, el disparo de un rifle de un cazador (prohibido cazar, tema de un próximo relato eco-ilógico), un timbre de cualquier clase, una sierra de gasolina, una maquinaria pesada (bulldozer) removiendo corteza terrestre y tumbando árboles, el tráfico de vehículos en general, una caravana de motoras, un grito de coraje y odio, el camión de la basura (pero que fundamental es este servicio), el cerrar una puerta con fuerza excesiva.

La evolución cultural, social y la revolución tecnológica, han alterado dramáticamente los sonidos y ruidos que llegan a nuestros oídos a diario. El sonido placentero natural fue sustituido por el ruido molestoso artificial, ese cambio se da paulatina pero inexorablemente. No solo están cambiando las fuentes de los sonidos, de sonidos naturales y agradables a ruidos artificiales y dañinos, sino que el proceso es acelerado, uno acumulativo e irreversible, con todas las consecuencias negativas sobre la salud física y mental de los humanos y demás especies que habitan este planeta. Hemos creado una sobredosis sensorial en origen, cantidad y duración y lo hemos hecho sin estar muy conscientes de ello. Lo que constituía lo normal natural ahora es la excepción a la regla. Para estar en un lugar lejos del mundanal ruido hay que adentrarse en un área de bosque alejado de cualquier vestigio de civilización, posibilidad que cada día se hace más difícil. Por ello la importancia de tener reservas naturales protegidas a perpetuidad para el disfrute y esparcimiento bucólico, campestre y selvático del público en general y muy en particular, de los niños. Además de proveer áreas de reservas naturales, hay que sembrar árboles, muchos árboles, en zonas urbanas. Los árboles sabemos proveen sombras que bajan la temperatura, generan oxígeno y remueven contaminantes del aire, controlan la erosión, embellecen el paisaje, protegen la biodiversidad y, como si fuera poco, mitigan el ruido.

Unas horas de silencio o susurros naturales pueden compensar muchas horas de ruido urbano. Esta contaminación acústica y sonora que nos devora hay que apaciguarla y controlarla.

Veamos cómo. Primero, tomando conciencia de ello. La educación ambiental toma protagonismo fundamental a todos los niveles, en el hogar, la escuela, la universidad, el gobierno, las instituciones culturales y religiosas, las comunidades, el arte y en todas las industrias y fuerzas del mercado capitalista. Segundo, la implementación de un ordenamiento jurídico que establezca de forma coherente reglas claras y prácticas sobre el control de la contaminación acústica. Estas reglas ya existen, en algunos casos son de vanguardia. Por ejemplo, en Puerto Rico tenemos leyes federales y estatales, reglamentos gubernamentales y ordenanzas municipales sobre las fuentes, lugares y estándares de ruido. No obstante, a veces suelen ser incoherentes entre sí, por no decir, de difícil o fútil implantación. Tercero, volviendo a reencontrarnos con la naturaleza, la de adentro y la de afuera, que es la misma. Estamos llegando al punto de no retorno, diría que ya es la situación límite que implica pura sobrevivencia ecológica. ¿Cuál será el último lugar en la Tierra sin ruido humano? ¿Cuál será el lugar natural más silencioso en esta isla?

El sonido y el ruido además del factor físico que ya hemos explicado someramente tiene el componente psicológico o psíquico. Los sonidos pueden ser agradables o molestosos e inclusive pueden ser beneficiosos para la salud o causar daños permanentes al aparato auditivo. Los sonidos pueden producir sensaciones que motiven sentimientos de paz, sosiego, alegría, éxtasis, melancolía, frustración, nostalgia, euforia, miedo, valentía, entre muchos otros sentimientos. El sonido ha evolucionado con el ser humano, es una expresión de su cultura y de la vorágine tecnológica. Razón por la cual se da el caso de que hayan personas (sobre todo los más jóvenes) que tengan comportamientos en los que manifiestan su agrado y su euforia ante la presencia de situaciones de ruido extremo. Basta con poner de ejemplo la música estridente en un concierto o discoteca, la alteración de los motores de los carros para que suenen más fuerte y la plaga del boceteo boricua. No nos equivoquemos, la música en sí es esencial para el ser humano. Hasta la música fuerte puede ser también, en ocasiones, necesaria como un ritual. Ha sido usada desde tiempos inmemoriales para, mediante rituales, alcanzar estados alterados de conciencia que han llegado hasta nuestros días en las tradiciones religiosas de todo tipo.

El problema estriba en que no se le puede imponer el gusta musical al otro en contra de su voluntad. El ruido se ha convertido en una adicción, cada vez a más personas les atrae, les gusta el ruido, lo demuestran y se lo quieren imponer al otro sin notar que se hacen daño y causan daño. ¿Será que no pueden estar en silencio? Por supuesto, la música es sonido, con todas sus variantes y gustos que nos provocan sensaciones sin fin, sentimientos y que nos acompañan toda la vida porque logran esas vibraciones musicales penetrar en los más profundo de nuestro ser.

El ruido también puede implicar una manifestación de poder, de fuerza y de imposición de una opinión particular. La creencia equivocada de que quien más grita es porque más razón tiene, no es casualidad, por eso los cañones de la guerra se hacen sentir con ruido ensordecedor, aterrador y mortífero. El acceso fácil y barato a fuentes que generan sonido y ruido, equipo electrónico, bocinas, artefactos y vehículos con motores de todo tipo, hace que proliferen las fuentes de ruido. Están presentes en todas partes, en todo momento y todas a la vez, creando un concierto cacofónico artificial y agobiante que ha sustituido el armonioso sonido natural y confortante. Y no nos dimos cuenta.


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